La
fibromialgia infantil y juvenil es una entidad poco conocida y al mismo tiempo de
las enfermedades menos diagnosticadas en nuestro entorno, a pesar de ser
bastante frecuente. Cerca de un 25% de casos de FM del adulto empezaron ya en
la edad infantil. Yunus y Masi, ya en 1985, describieron la enfermedad en niños
de edades entre los 9 y los 17 años, siendo la franja de edad más frecuente
para su detección, entre los 13 y los 15 años.
Un estudio de
Eraso y colaboradores (agosto 2007) nos demuestra que, por debajo de los 10
años, la entidad prácticamente no es reconocida, a pesar de que revista
características de mayor impacto, cosa que comportaría tener que reclamar una
mayor atención sobre ella.
La prevalencia de la Fibromialgia en
niños y adolescentes varía según las series publicadas, oscilando por ejemplo, entre
el 6,2% en Israel y el 1,3% en México. Se acepta que, en general, su frecuencia
de presentación es mayor que la de las formas del adulto (8,8% en niñas y un
3,9% en niños). Parece que esta incidencia aumenta mucho en hijas de madres que
sufren FM u otros procesos de sensibilización central. También se ha detectado
un aumento de la incidencia en las hijas que son fruto de embarazos vividos de
una forma traumática, suponiéndose que se debe en la persistente secreción de
cortisol durante el embarazo, sin que esta posible causa haya sido confirmada.
La Fibromialgia es una causa importante
de absentismo escolar, esencialmente por el agotamiento de predominio matutino
que produce.
En los niños, los síntomas dominantes
son el cansancio y el dolor abdominal. La exploración es menos significativa
que en los adultos, pues en muchas ocasiones los llamados “puntos sensibles”
que utilizamos para la clasificación de los cuadros de Fibromialgia, no son tan
concretos en los niños, en los cuales, además, es mucho más difícil cuantificar
el dolor. La enfermedad y la falta de un diagnóstico rápido y esmerado, produce
a los padres una verdadera angustia que puede generar cuadros psicopatológicos
añadidos que contribuyan a complicar todavía más la tarea del diagnóstico.
En más del 50% de los casos
encontraremos un episodio desencadenante que, en muchas ocasiones, nos
recordará una infección viral, en otros, será traumático, emocional o
farmacológico (a veces por la supresión de fármacos utilizados en el
tratamiento de otras enfermedades como los corticoides).
La presencia de signos de hiperlaxitud
se ha relacionado claramente con una mayor frecuencia de FM, de manera tal que
en pacientes hiperlaxos se puede llegar a una prevalencia del 40%. El estudio
de un contexto de contactos tóxico-químicos del niño tiene que ser valorado
siempre y figurar ya en la historia inicial de la enfermedad. Este aparente
desencadenante viral tiene que hacernos recordar la existencia del síndrome de
fatiga crónica/encefalomielitis miálgica, también presente en niños y
adolescentes. Así como en los adultos es frecuente una superposición de una FM
y un SFC/EM, también existen muchos casos de monodiagnóstico.
En los niños, el diagnóstico diferencial
entre estas dos entidades todavía presenta una mayor dificultad, pues ambos
síndromes tienden a confundirse, sobre todo por el dominio del cuadro de fatiga
como síntoma más relevante y frecuente (75-91% de los casos). Los trastornos
del sueño están presentes en casi todos los casos y tienen que ser investigados
profundamente.
El estudio polisomnográfico permite la
identificación de ondas alfa (rápidas) en las fases de su delta (lento), las
cuales, en niños, se consideran patognómicas de la enfermedad, orientándonos en
la gran importancia de este mencionado estudio.
Las pesadillas, terror nocturno y
despertadas nocturnas son también muy frecuentes. Casi la mitad de los niños y
adolescentes con Fibromialgia presentan cuadros frecuentes de dolor abdominal,
más dolorosos como más jóvenes.
El cuadro se manifiesta con dolor tipo
cólico y urgencia para defecar y, en ocasiones, nos recuerda al síndrome de
intestino irritable del adulto, con alternancia entre estreñimiento y diarreas.
Más de la mitad de los niños con
Fibromialgia presentan dolores de cabeza frecuentes, incluso diarios. En los
casos más claros de riesgo familiar también es frecuente la sensibilidad
dental, un dato que, muchas veces no se interroga, pero que lanza mucha luz
sobre los procesos de incremento de la percepción del dolor de tipo central. La
exploración es muy anodina, destacando que, a la presión de determinados
puntos, que muchas veces no coinciden con los puntos sensibles clásicos, el
niño da un salto por el dolor que le hemos producido.
La palpación en los niños tiene que
hacerse con una menor fuerza que en los adultos. Buskila y colaboradores
sugieren que la exploración tendría que ser a una presión de 3 Kg/cm2, a
diferencia de los 4 Kg/cm2 que tienen que utilizarse en los adultos. A veces,
encontraremos Fenómeno de Raynaud, contracturas e intolerancia al frío, sin que
estos datos, de una forma aislada, contribuyan al diagnóstico.
El interrogatorio a los padres sobre los
ritmos de la fatiga y el dolor tienen un valor esencial. Así por ejemplo, un
cuadro de intensa fatiga matutina que cede cuando aseguramos al niño que no irá
al colegio, tiene que hacernos sospechar que no estamos delante de una
verdadera Fibromialgia. Tanto el dolor como la fatiga en la Fibromialgia son
persistentes, incluso en actividades que gustan al niño. Pueden oscilar o
mejorar a lo largo del día según los ritmos circadianos, pero no por
circunstancias sobrevenidas como un regalo o la visita de un familiar.
La fobia a la escuela y al movimiento
tienen que ser valoradas y descartadas, y también hay que estudiar el entorno
familiar con el fin de poder detectar lo que llamamos “síndromes por proxy”,
donde los padres (normalmente uno de ellos) inducen la patología al niño. La
sobreprotección o la hiperexigencia escolar tienen que ser descartadas como
coadyuvantes del cuadro. En estos casos infantiles, descartar intolerancias
alimenticias es absolutamente crucial y muchas veces tiene que hacerse mediante
una prueba práctica. Tanto la lactosa como el gluten tienen que ser
investigados de forma específica y protocolizada. La vivencia de estrés
continuada por parte de los niños es muy difícil de verbalizar, pero dado que
parece jugar un papel importante en el mantenimiento de esta enfermedad, tiene
que ser analizado.
También se ha visto que casos de violencia
familiar se manifiestan en Fibromialgia.
El tratamiento no difiere demasiado del
de los adultos, incluyendo los fármacos, pero tiene que prestarse especial
atención a intentar preservar al máximo la relación del niño con su entorno
exterior natural y la escolaridad que, en muchas ocasiones, tendrá que
adaptarse a las posibilidades reales del niño. Muchas veces los padres están
poco predispuestos a iniciar tratamientos farmacológicos a los niños y no
tendría que ser así, pues el objetivo prioritario es el mantenimiento del
contacto con el entorno.
Casi siempre, el soporte psicológico,
tanto al niño como a la familia, es muy necesario. Es importante diseñar y
mantener un programa de actividad física asumible que no ocasione incremento de
la fatiga al día siguiente. Aunque nos gustaría afirmar lo contrario, la
Fibromialgia en el niño no parece tener mucho mejor pronóstico que en el
adulto. Según diferentes series de seguimiento, a medio plazo, las mejoras
oscilan entre el 40 y 73% de los casos y las remisiones absolutas están entorno
el 21% a los cinco años del diagnóstico. En los niños y adolescentes es
especialmente importante no demorar el diagnóstico, por lo tanto, ante un
cuadro como el referido, mantenido durante un mes o más, el niño tiene que ser
enviado y valorado por un reumatólogo.
Los reumatólogos tienen que mejorar el conocimiento sobre la
Fibromialgia infantil y las connotaciones específicas de la aplicación de los
criterios de los Colegios de Reumatología para su diagnóstico. La
sensibilización de los pediatras y de la administración en lo referente a esta
enfermedad es muy importante, pues la falta de reconocimiento, diagnóstico y
medidas de adaptación, pueden llevarnos a secuelas permanentes derivadas de la
imposibilidad de mantener una vida diaria próxima a la normalidad.